jueves, 5 de junio de 2014

La secuela real del 25 de mayo

 No es fácil saber a ciencia cierta qué relación ha podido existido entre la abdicación del Rey y los resultados electorales del pasado 25 de mayo, en los que el voto de  izquierdas se impuso claramente al de derechas. Una izquierda, todo lo fragmentada que se quiera, cuyas bases comparten como seña de identidad el republicanismo.



 Desconozco igualmente si es cierto que Rubalcaba estaba al tanto de la decisión real y que por ello presentó su dimisión “en forma diferida”,  evitando que un trance tan delicado como la sucesión en la Corona se produjera con los socialistas descabezados y a cargo una gestora provisional. Lo cierto es que a la convulsión de los resultados de las europeas se ha sumado la controversia política y ciudadana suscitada por la abdicación del Rey. Y a Rubalcaba le ha tocado el marrón de ratificar en 2014 el pacto de la transición por el que Felipe González asumió, vía Constitución de 1978, la Monarquía como forma de Estado. Ya sé que el todavía máximo responsable del partido no podía hacer otra cosa, pero, con la que está cayendo y tiene encima el PSOE, era lo que le faltaba a una militancia socialista que, según él mismo reconoce, nunca ha renunciado a su “alma republicana”.

 El problema es que, casi 40 años después, la dirección del PSOE no pone límite temporal a aquel pacto, con lo cual, si de ella depende, seguiremos teniendo Monarquía por los siglos de los siglos. Sobre la mesa está su propuesta de reformar la Constitución para intentar encajar en ella el problema catalán, pero lo del modelo de Estado ni se lo plantean.

 PP y PSOE han venido demorando sin ninguna justificación una reforma constitucional que viene siendo necesaria desde hace ya bastantes años. Hace ocho, en 2006, el Consejo de Estado emitió un informe que básicamente proponía actualizar el título referente al Estado de las Autonomías (en el texto actual ni siquiera aparecen, porque no se habían creado, las 17 comunidades autónomas), convertir al Senado en una verdadera Cámara territorial y eliminar la preferencia del varón en la sucesión al trono.


Manifestación por la República en la Puerta del Sol
 Hasta no hace mucho ni Cataluña ni la Corona eran obstáculos insalvables para haber abordado la puesta al día de la Constitución. Pero ya sea por pereza o por mantener su ventajismo político -las minorías no pasaban ni pasarán por una reforma que no corrija el actual sistema electoral-, los dos principales partidos han ido dejando pudrir la situación sin hacer sus deberes. Y la consecuencia es que hoy, tras la deriva soberanista catalana y el deterioro de la institución monárquica, sería impensable una reforma constitucional que no afrontara la cuestión catalana y que no sometiera a consulta popular la forma de Estado.

 Y como no va a ser Mariano Rajoy, el dontancredismo político personificado, el que coja ese toro por los cuernos, sucederá que la imprescindible reforma de la Constitución seguirá esperando "ad calendas graecas". Ello lógicamente a costa de seguir ensanchando la enorme brecha que separa el entramado institucional de la realidad social.

Desde esta perspectiva tiene toda la razón Javier Cercas al señalar que la desafección ciudadana no debe imputarse al fracaso de la transición, sino a la manifiesta incapacidad de la clase política para regenerar el sistema democrático instaurado a partir de 1977. Yo diría más: ¿Se han preguntado esos que tan preocupados se muestran ahora por lo que consideran movimientos antisistema, si el mayor cáncer del sistema no serán los que lo han ido dejando pudrir sin atajar su progresiva descomposición?

  En todo caso, lo cierto es que la abdicación del Rey se ha producido solo ocho días después de unas elecciones que han marcado claramente el ocaso del bipartidismo imperante desde la transición. Un descalabro electoral compartido por PP y PSOE que a corto plazo solo ha desencadenado consecuencias en el segundo. La envergadura de la crisis socialista ha dejado completamente en segundo plano el no menos monumental varapalo sufrido por el partido que gobierna, que prácticamente no se ha dado por aludido.

Herrera y López en el hemiciclo de las Cortes
En otras circunstancias, con una oposición crecida, los resultados electorales hubieran obligado a Rajoy a efectuar una crisis de gobierno, soltando lastre -que lo tiene en abundancia y bien pesado- para afrontar el resto de la Legislatura. 
Pero con el primer partido de la oposición hecho unos zorros, se ha permitido el lujo de reservarse esa baza para más adelante, posiblemente en la cercanía de las municipales y autonómicas de mayo de 2015, en las que, esté como esté el PSOE, el PP corre serio riesgo de perder una buena parte de su inmensa cota de poder territorial.

 Si Rajoy no se ha inmutado, mucho menos lo ha hecho el igualmente impasible y, si cabe más indolente, Juan Vicente Herrera. Primero porque, pese al correctivo electoral sufrido por el PP en Castilla y León, su mayoría absoluta está fuera de peligro en las próximas elecciones autonómicas. Y segundo porque si en esta comunidad los socialistas nunca han conseguido inquietarle lo más mínimo, en estos momentos ellos solos se han inhabilitado para ejercer la oposición.

El debate parlamentario sobre el estado de la comunidad, a celebrar en la última semana de junio, debería constituir una gran oportunidad para los socialistas, máxime después de tres años de recortes y más recortes acumulados por la Junta a los aplicados por el gobierno central. Pero después de todo lo sucedido tras el 25 de mayo, ya me contarán con qué credibilidad llega Óscar López a esa cita…